Un tipo casi normal...

No me gusta que me hablen los taxistas. Tampoco cuando me cortan el pelo. No me gusta que cuando estoy mirando ropa alguien se me acerque y me diga hola, ¿te puedo ayudar? Ni aunque esté buena. Me gusta leer libros de pie en las librerías, aunque me pongo nervioso cuando una chica se pone a curiosear un libro a mi lado. Cualquier día me dará por invitarla a un café. No me gusta el café. Lo de invitarla "a un café" sería sólo por convención, se entiende. Para que supiera que tengo huevos pero que no soy peligroso. Tú me decías eres peligroso, miras hondo. Y yo respondía, te dije que no te convenía quitarme las gafas. No me gusta hablar con desconocidos. Con algunos. El taxista de esta mañana. Sólo me corto el pelo tres veces al año. Tú me llamabas Principito.

jueves, 17 de abril de 2014

Usted está aquí


La ventana está amaneciendo,
tu ausencia se vuelve poco a poco naranja
y no se la puede esquivar:
te has ido, esta vez para siempre,
y estás por todos lados.
Yo, que te busqué hasta en los claveles del mar,
para al final encontrarte esperando sentada sobre una libélula
¿por qué has tardado tanto? sonreías.
Y ahora te has ido, para siempre,
y tengo mi casa llena de tatuajes.
Apenas te has marchado por esta puerta,
me doy cuenta de que mi casa es ya un cementerio de hormigas,
un yacimiento arqueológico con restos de nuestro fracaso
manchado
de arena.
Tu olor todavía rasga tu ausencia naranja en el aire
cuando miro a mi alrededor
y la casa es un campo de fútbol vacío,
eso es una buhardilla de 30 metros cuadrados sin ti,
un campo de fútbol vacío
donde todavía resuena el eco jaleado de nuestros buenos tiempos.
Sí, miro a mi alrededor y todo es prueba de ti:
hay un orificio sin alcayata en la pared
y es el agujero sin pendiente en tu lóbulo izquierdo;
el suelo está perdido de los versos quebrados que imprimía sobre tu piel,
esos versos de los que te deshiciste haciéndote así al marcharte,
sacudiéndote tanto lirismo de pacotilla,
a mí no se me quiere en tinta, me decías, se me quiere en sangre.
Salgo a la calle y al sol no parece importarle que te hayas ido,
él ha salido, sin la más mínima deferencia hacia mi muerte.
El sol ha salido y la ciudad hace cosas de ciudad,
a nadie importa mi muerte
y así arrastro mi cuerpo inerte sin rumbo por las aceras.
Llego a una boca de metro y me detengo ante el mapa gigante:
“Usted está aquí”.
La gente pasa a mi lado sin detenerse,
mientras yo miro hondo al mapa
a punto de preguntarle, absurdo,
por ti.

Jacques y el mar

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